Hoy se
celebra el Día del Maestro en memoria de Faustino Valentín Quiroga Sarmiento
-presidente, embajador, ministro, gobernador, senador, escritor, periodista y
soldado, pero por sobre todo, maestro-, quien falleciera en Paraguay el 11 de
septiembre de 1888, a los 77 años. Lo recordamos con un nombre que no
figura en sus papeles de identidad: Domingo fue el apodo con que lo llamó su
madre, Paula Zoila Albarracín, devota de Santo Domingo. Además, habría nacido un
día antes, y no el 15 de febrero de 1811.
El
Día del Maestro es una conmemoración de América a Sarmiento y Horace Mann, pedagogo
norteamericano. Ambos fueron reconocidos por sus trayectorias en educación
por la Primera Conferencia de Ministros y Directores de Educación de las
Repúblicas Americanas, realizada en Panamá, en 1943; y desde entonces, el 11 de
septiembre fue instituido como Día del Maestro en toda América, para conmemorar
sus vidas y sus obras. Semblanzas sobre una personalidad tan rica y
polifacética se han escrito a favor y en contra, pero curiosamente poco se ha
dicho sobre su más preciada obra: el normalismo, es decir, formar docentes para
una escuela pública, laica, mixta, gratuita y obligatoria.
En
1845, estando exiliado en Chile, fue enviado por el ministro de Instrucción
Pública y luego presidente Manuel Montt, a Europa y Estados Unidos para
estudiar nuevos métodos de enseñanza. Sarmiento ya había fundado en 1842 la
primera Escuela Normal de Maestros de América latina, cuyo semillero de
docentes posibilitó en seis años la apertura de 72 nuevas escuelas en
Chile. En Estados Unidos constató el modo en que Horace Mann formaba a las
maestras y lo impresionó la Escuela Normal de Newton Eats, cerca de Boston, de
donde sacó el modelo que aplicó más tarde en Chile y la Argentina.
Para
formar al normalismo argentino soñó con traer al país unas 1.000 maestras
extranjeras, pero sólo logró que vinieran algunas. Sarmiento asumió la
Presidencia en 1868 y entre 1869 y 1898 llegaron en total al país 65 docentes,
61 de ellos mujeres. Venidas desde Nueva York, Virginia, Maryland,
Pennsylvania, Ohio y Nueva Inglaterra, habían sido atraídas por la convocatoria
que Mary Mann, la mujer de Horace, difundió por la prensa: se les ofrecía un
contrato por tres años, que corrían desde el embarco. Una vez llegadas,
eran enviadas a Paraná, donde Sarmiento había creado en 1870 la primera Escuela
Normal del país, para que se ambientaran y pudieran perfeccionar su español,
tras lo cual, iban siendo destinadas a otras provincias.
El
primer censo nacional de 1869 -obra de Sarmiento- había descubierto un país de
grandes extensiones deshabitadas o en poder de pueblos originarios, y un índice
de analfabetos del 71%. Para el revisionismo, traer a norteamericanas
constituyó prueba del afán antinacional de Sarmiento y no, como fue, una
necesidad ante la ausencia de maestras nacionales preparadas. Para la Iglesia fue
una herejía. En algunas ciudades como Catamarca y Córdoba tuvieron que
lidiar contra quienes no querían mandar a sus hijos a educarse con herejes,
actitud que estaba avalada por obispos y sacerdotes. En algún momento Fray
Mamerto Esquiú tuvo que intervenir para serenar a un obispo, diciéndole que
"no son católicas, pero por lo menos
tampoco son ateas".
Por
entonces, las escuelas eran confesionales y si bien en Buenos Aires las de
varones dependían del municipio, las muy pocas de mujeres que había eran
manejadas por la Sociedad de Beneficencia, que recibía fondos públicos para
dictar educación católica. Esto enfadaba a Sarmiento, quien en 1839, a sus
28 años, no sólo había creado en San Juan el Colegio de Señoritas -donde impuso
el uniforme igualitario- sino que había señalado el absurdo de que en su
provincia sólo existieran escuelas para varones." ¿Una madre sin instrucción podrá inspirar a sus hijos el deseo de
instruirse?", se preguntaba, bregando por la educación femenina. En
cambio, desde 1836 Estados Unidos gozaba de los beneficios de la instrucción
pública, gratuita, mixta y laica, gracias a una ley propiciada por Horace Mann
y que Sarmiento aplicó, de un modo u otro, mucho más tarde, en la Argentina y
Chile.
Debió
llegar a la Presidencia para poder instrumentar los cambios deseados: elevar de
30.000 a 100.000 alumnos la población escolar; crear las primeras escuelas
normales, el Colegio Militar (1870), la Escuela Naval (1872), el Observatorio
Astronómico (1872), la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas (1870) y
alrededor de ochocientas escuelas primarias. También hubo de esperar hasta
1884 para ver definitivamente sancionada, a sus 73 años, la ley 1420 de
educación común mixta, laica, gratuita y obligatoria.
Aquellas
maestras que vinieron al país forjaron las bases del sistema educativo
argentino e introdujeron "novedades" tales como el desarrollo
artístico, la gimnasia, el trabajo manual, el sentido de la responsabilidad y
los deberes escritos. De ellas, 5 murieron de fiebre amarilla o cólera; 16
regresaron a su país cuando terminaron su primer contrato; 36 enseñaron durante
13 años y se fueron porque no les pagaban el sueldo; y 20 se radicaron y
murieron aquí.
Mary
Elizabeth Gorman, de 25 años, fue la primera en arribar al país. Su destino era
San Juan, pero no quiso ir, porque en 1869 era una provincia beligerante y
atrasada, a la que se llegaba tras diez días de diligencia y bajo el azote de
los malones. Las tres maestras que más se destacaron fueron Clara
Armstrong que trabajó en Paraná, Catamarca, San Juan, San Nicolás, La Plata y
Buenos Aires; Mary Olstine Graham (Paraná, San Juan, La Plata); y Sara
Chamberlain de Eccleston (Mendoza, Paraná, Buenos Aires, Concepción del
Uruguay).
Entre
los hombres, George Albert Stearns, egresado de la Universidad de Harvard, sumó
a su tarea de director de la Escuela Normal Nº1 de Paraná, la de inculcar a sus
alumnos su ideario en materia de organización, objetivos, disciplina, espíritu
de investigación y civismo, todo esto, en medio de la guerra civil y de la
muerte prematura de su mujer, Julie, también docente.
Hacia
1900 la fase inicial estuvo concluida y los docentes argentinos pudieron
hacerse cargo íntegramente de la tarea, convencidos, gracias a (Domingo)
Faustino Valentín Sarmiento de que un buen sistema de educación pública constituye
el mejor recurso para la inclusión social.
Por: Juan Carlos Ramirez Leiva
Basado en textos de diferentes páginas de la WEB, oficiales y notas periodísticas.