domingo, 18 de abril de 2010

Ensayo de la Historia Civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay (1816/7).

Fue sin duda el proceso revolucionario iniciado en mayo de 1810 el que generalizó la percepción de estar viviendo una época memorable en la historia. La revolución no provocó una ruptura en el marco desde el cual se concebía el concepto de historia, el cual aunaba de diverso modo su consideración como relato, como herramienta crítica y su orientación pragmática. Sin embargo, el acelerado proceso de politización e ideologización, la necesidad de dotar de sentido al proceso en curso enalteciendo o legitimando a sus protagonistas, así como la proliferación de impresos, favorecieron la difusión del término historia que fue adquiriendo nuevos significados y comenzó a cobrar mayor densidad conceptual.
La propia revolución procuró ser inscrita en una serie que, si bien histórica, se la suponía ajena a las contingencias temporales: la historia de la Libertad. Al inaugurarse en 1813 una Asamblea Constituyente, el Poder Ejecutivo proclama que “(…) los esfuerzos de las almas libres, al fin solo han servido de trofeos al despotismo, presentando en la historia de los pueblos una constante alternativa de gloria y degradación; sin embargo, la libertad existe en los decretos de la naturaleza, y por su origen es independiente de todas las vicisitudes de los siglos” (Bando, 1813). Este carácter atemporal es subrayado pocas líneas más adelante al advertir que los esfuerzos por alcanzar la libertad fueran combatidos no sólo por los opresores sino también por los oprimidos, pues “Era necesario que los anales de nuestra revolución no desmintiesen las verdades que justifica la historia de todos los pueblos; (…)” (Bando, 1813).
La historia permitía dotar de sentido a una experiencia inédita como la que estaba aconteciendo ya que se la consideraba un repertorio de verdades atemporales recogidas en distintas épocas y lugares. En ese marco se ponderó su recurso como medio de ilustración de la sociedad, reforzando así su rol magisterial, tal como lo hizo el político y publicista radical Bernardo de Monteagudo en el Prospecto del periódico El Independiente: “Sin la historia, que es la escuela común del género humano, los hombres desnudos de experiencia, y usando sólo de las adquisiciones de la edad en la que viven, andarían inciertos de errores en errores (...) [pues no habría como] suplir los saludables consejos que aquella maestra incorruptible nos suministra a cada momento” (Monteagudo, [1815]1916, 309).
Sin que perdiera vigencia su consideración en clave narrativa, el concepto de historia, que comenzaba a escribirse con mayúscula, fue adquiriendo un cariz abstracto, singular y universal asociado a la Filosofía como explicación racional de los hechos y a la existencia de valores absolutos como la Libertad. Esta concepción presidió la solicitud que Bernardino Rivadavia como Secretario del Triunvirato le hizo en 1812 al dominico Julián Perdriel para que escribiera una “Historia Filosófica de nuestra feliz Revolución” inspirada en la obra de Guillermo Francisco Raynal (Piccirilli, 1960, I, 203). Por razones políticas, dicho cometido fue trasladado dos años más tarde al Deán Gregorio Funes y tuvo como resultado su Ensayo de la Historia Civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay (1816/7).
El Ensayo, que a pesar de sus evidentes falencias constituyó durante décadas el texto más completo de la historia local, copia en buena medida la historiografía colonial a la que reviste con un estilo retórico neoclásico. Su parte más original es el capítulo final que abarca desde la Revolución de Mayo hasta la declaración de la Independencia. Para explicar los conflictos que dividieron a la dirigencia revolucionaria, Funes retoma un escrito sobre la Revolución Francesa, que a su vez la interpreta siguiendo a los clásicos romanos, para concluir que “(…) cuando fijamos la consideración en nuestras disensiones, no parece sino que Cicerón, Tacito y Salustio escribieron para nosotros” (Funes, [1817] 1961, 16/7).

Por:Fabio Wasserman. En: Historia (Río de la Plata/Argentina)

Nota: Imagen de Bernardo de Monteagudo

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