El general Martín Rodríguez, gobernador de la provincia de Buenos
Aires, emprendió en 1821 una expedición con el propósito de avanzar la
frontera. Fue Francisco Ramos Mejía, propietario de la estancia
Miraflores, quien le aconsejó tratar previamente con las tribus
avecindadas que obedecían a los caciques Ancafilú, Pichuiman, Antonio
Grande y Landao. Rodríguez no solo desoyó el consejo sino que
desconfiando del terrateniente, lo envió a prisión remitiéndolo con su
familia a Buenos Aires.
El capataz de la estancia nombrada era
José Luís Molina (al servicio del terrateniente desde quizás antes de
1811, en Los Tapiales). Molina escapó junto con dos peones y se refugió
entre la indiada, en donde formo su familia y se impuso como caudillo,
liderando las invasiones que asolaron las zonas oeste y sur de Buenos
Aires.
El 4 de abril de 1821, tras retirarse Rodríguez, se puso al
frente de 1.500 indios y atacó la naciente población de Dolores. A su
regreso la indiada se fraccionó, entrando unos por el Salado, otros por
los montes del Tordillo y Monsalvo, arrebatando ganados y todo lo que
hallaban a su paso. Más de 140.000 cabezas fueron tomadas en esta
barrida.
Dos meses después repitieron la incursión llegando hasta
Pergamino, y en noviembre de 1825 Molina invadió la zona adyacente al
Salado, capitaneando las tribus de Ancafilú y Pichuimán. Los húsares y
dragones lo esperaron en el lugar denominado “Arazá” y en la refriega
que se produjo, muere Ancafilú. Gracias a la rapidez de su caballo,
Molina pudo salvarse pero fue acusado de traidor y de ser responsable de
la muerte de su cacique, y en represalia dieron muerte a uno de los
peones con los cuales huyera de la estancia Miraflores.
Molina
pidió protección al comandante Juan Cornell, estacionado en Kaquel
Huincul (hoy Partido de Maipú), y bajo su custodia, fue llevado al
fuerte Independencia (Tandil). El presidente Rivadavia dictó el 4 de
julio de 1826 un decreto, concediendo para José Luis Molina y su familia
el indulto solicitado, y autorizándole a instalarse en donde fuese de
su agrado.
El gobierno utilizó sus servicios nombrándolo capitán
de baquianos de la división del coronel Federico Rauch, que cubría la
frontera Sur de la provincia de Buenos Aires. Prestó servicios
conduciendo la expedición hasta las tolderías de los que fueran sus
aliados, tomando parte en la pelea y descollando por su valor. Así se
rescataron más de 300 mujeres y niños, que se repartieron en la ciudad
de Buenos Aires y una cantidad considerable de ganado.
Cuando se
produjo la invasión imperial por la zona del Río Negro, el capitán de
baquianos Molina se encontraba en Carmen de Patagones a cargo de una
partida de 22 hombres. El grupo, denominado “tragas", estaba compuesto
por el sargento José María Molina, los cabos José María Albarito
(Albertio) y Lorenzo Gómez, los soldados Cornelio Medina, Juan Bautista
Montesina, Dionisio Gómez, Juan Leguizamón, Julián Álvarez, Santiago
Ventena, Miguel Rivera, Casimiro Marín (Martín), Francisco Delgado,
Inocencio Peralta, Jorge Arrioca, Manuel Gamboa, Policarpo Luna, Santos
Morales, Manuel Pérez, Raimundo Ramayo, Juan P. Rojas y Gregorio Ramírez
(José Juan Biedma, Revista de Buenos Aires, tomo 5, 1864).
Cuando
el 6 de marzo desembarcaron los brasileños en la margen sur del río
Negro, Molina se incorporó con su partida a la fuerza que mandaba el
subteniente Sebastián Olivera, que sumaba 114 milicianos de caballería.
Mientras Olivera atacó frontalmente, Molina se corrió a sus flancos y
retaguardia y puso fuego a los pajonales circundantes; esto contribuyó a
que los 500 invasores se rindieran ese 7 de marzo de 1827, al mismo
tiempo que los imperiales lanzaban otro ataque directamente sobre el
puerto y pueblo de Patagones.
El historiador José Juan Biedma (Crónica Histórica del Río Negro de
Patagones /1774-1834/; Buenos Aires; 1905), lo describió como un “paisano
de alta talla, de siniestro aspecto, de fisonomía sombría, de grande
barba negra, con un poco de la crin de león en su melena y una mirada
terrible pero encapotada”.
Sobrevino la revolución del 1º de
diciembre de 1828 y Molina se alistó en las filas de Juan Manuel de
Rosas. El 12 de noviembre de 1829 fue nombrado Jefe del Regimiento 7º de
Milicias de Caballería de Campaña, de nueva creación, y obtuvo el 14 de
diciembre del mismo año, despachos de teniente coronel de caballería
con grado de coronel, siendo antes sargento mayor de la misma arma.
En
los últimos días de diciembre de 1830, el coronel Molina halló su
muerte en Tandil, siendo sepultado en Chascomús, el 27 de diciembre del
año 1830.
En la Biblioteca del Comercio del Plata, de Montevideo, dirigida por
Valentín Alsina, aparece una nota sobre su muerte: "Día 30 de enero
de 1830. Muere hoy, de resultas de un lento envenenamiento dispuesto por
Rosas, el titulado coronel Molina, uno de sus caudillos principales en
la guerra contra el general Lavalle y que tenía gran poder sobre los
indios, entre los cuales, como soldado desertor, había vivido muchos
años, regresando indultado en 1826".
Quizás fue sólo un
bandido, se encuentran documentadas sus fechorías; quizás un traidor de
los indios que lo protegieron. Pero no hay dudas de que el gaucho Molina
defendió la soberanía. Probablemente represente de manera cabal al
“tipo de gaucho de nuestra pampa, aprisionado bajo el uniforme militar”
(Biedma;
1905).
Por Juan Carlos Ramirez.
sábado, 8 de marzo de 2014
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