Todavía era una herida abierta las más de trescientas personas
asesinadas por el cruel bombardeo sobre Plaza de Mayo que la Armada
Argentina, con las armas compradas por su propio pueblo, habían llevado
adelante con el fin de asesinar al Presidente Perón. Se habían dado por dos
meses, una tregua que pronto fue rota con actos violentos que
demostraban que no se quería una pacificación y prácticamente obligaba
al gobierno a llevar adelante una represión.
Perón no estaba totalmente convencido de que ese era el camino. El 31 de agosto, ante un pequeño grupo de militantes, expresó: "Yo ya estoy demás. Soy como aquel
aficionado de relojero que sirve para desarmar un reloj, pero ya no se
armarlo. Tanto he estado maniobrando con las piezas que, ahora, la única
forma de que el reloj siga andando, es que yo lo deje" (archivohistorico.educ.ar).
Sin embargo, las decisiones posteriores fueron contradictorias. Esa
misma noche cerraría las posibilidades de un entendimiento, coincidiendo
con lo que expresara De
Pietro: "nuestra nación necesita paz y tranquilidad para el trabajo,
porque la economía de la Nación y el trabajo argentino imponen la
necesidad de la paz y de la tranquilidad. Y eso lo hemos de conseguir
persuadiendo, y si no, a palos". Si no querían la pacificación, buscaban la violencia y : "A esa la
violencia le hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra
tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos
violentamente. Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en
contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la
Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino".
La violencia del mensaje, acorde con los atraque sufridos y los muertos de trabajadores que conllevo, se fue incrementando: "La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos! ...Compañeros: quiero terminar estas palabras recordando a todos ustedes y a todo el pueblo argentino que el dilema es bien claro: o luchamos y vencemos para consolidar las conquistas alcanzadas, o la oligarquía las va a destrozar al final."
El
16 de setiembre, en Córdoba, comenzó el alzamiento bajo el mando del
general Eduardo Lonardi, enfrentado a Perón desde un confuso episodio de
espionaje en Chile. Fue un viernes lluvioso y con una fuerte sudestada.
Un día triste. El general consideró que era el final, que hasta allí
llegaba. Se negó a una guerra civil. Y marchó al exilio.
Por: Juan Carlos Ramirez Leiva.
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