La violencia política tuvo su auge en los años 70’, con el accionar represivo ilegal del estado y de las organizaciones armadas revolucionarias. La fuga de militantes presos en
el penal de Rawson y los fusilamientos de un grupo de ellos
en agosto de 1972 son el ejemplo de que la dictadura había optado por eliminar físicamente a los guerrilleros. Las acciones paraestatales provocaron aun más el descontento popular hacia la dictadura y alentó a una mayor unidad de las organizaciones.
La Unidad 6 (Rawson) del Servicio Penitenciario Federal, clasificada de máxima seguridad, fue la cárcel elegida por el
dictador Alejandro Agustín Lanusse, en donde recluyo presos políticos, gremialistas y militantes
de las organizaciones armadas revolucionarias. Trataban de alejar a los presos de los centros urbanos e
impedir posibles fugas.
Pese a las previsiones, el 15 de agosto de 1972 a las 18:30 hs., militantes reclusos iniciaron la toma del penal con el objetivo de fugarse. En
pocos minutos y con la colaboración del guardiacárcel Facio, pudieron reducir las guardias, incluyendo torres de
vigilancia. Pronto a salir, el
guardia-cárcel llamado Valenzuela desconfió e
inició un tiroteo que terminó con su propia vida.
En solo 15 minutos habían tomado la cárcel.
Errores del apoyo externo hicieron
fracasar el plan cuya idea era
transportar a los fugados hacia el aeropuerto de Trelew, donde un
grupo los ayudaría a tomar un avión de la
empresa Austral Líneas Aéreas hacia Cuba con los 116 militantes presos. El operativo
estaba al mando de Mario Roberto
Santucho, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Menna (ERP), Roberto Quieto,
Marcos Osatinsky (FAR) y Fernando Vaca Narvaja (M).
Asegurada la toma del penal, desde su interior se debía
realizar una señal que fue malinterpretada por lo que solo se presento un Ford Falcon; también fallaron los walkies-talkies, por lo que comenzaron a llamar taxis para ver si
podían alcanzar al avión en el que
pensaban escapar. El grupo de los jefes que fugaron en el Falcón, llegó al aeropuerto cuando el avión se
encontraba carreteando. Lograron detener el despegue, subirse y partir rumbo al Chile para recargar el combustible necesario para alcanzar
Cuba. La toma del penal, el traslado en vehículo, el apoderamiento de
la aeronave y el despegue solo demandaron una hora.
Diecinueve militantes que quedaron en el penal lograron subirse a tres taxi pero llegaron cuando el avión había despegado, por lo que tomaron el aeropuerto y a las personas que allí se encontraban, como rehenes. Demandaron la
presencia de periodistas y de un juez federal, y luego de realizar una conferencia de prensa, en
parte transmitida por televisión, exigieron ser
trasladados al penal y demandaron la presencia de un médico
que verificara su estado de salud. Estas condiciones fueron aceptadas y los militantes
dejaron las armas, entregandose. El traslado se hizo pasada la medianoche pero, no hacia el penal sino que en un .ómnibus militar fueron llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar. Los
presos
fueron albergados en la zona de calabozos.
A una semana de aquellos hechos, a las 3:30 del 22 de agosto,
oficiales de la Marina ejecutaron a los militantes recluidos en las celdas; tres presos sobrevivieron simulando estar muertos. El personal de la base trasladó los heridos a la enfermería
pero los heridos no recibieron tratamiento
médico alguno, y fallecieron salvo tres que posteriormente fueron
trasladados al hospital naval de Puerto Belgrano (Bahía Blanca)
donde fueron operados y recibieron tratamiento médico adecuado..
Al día siguiente, la noticia de la masacre fue difundida por un escueto comunicado
oficial, informando que durante una recorrida de control estando los detenidos en
el pasillo, el jefe de turno fue atacado por Pujadas quien logra sacarle
el arma y escudándose con aquél los reclusos intentan evadirse
iniciando un intento tiroteo. Según la misma fuente, el marino logra
zafarse y como saldo del suceso es herido al tiempo que la respuesta de
los oficiales termina con la vida de trece de los atacantes y hiere a
otros seis.
A comienzos de septiembre, los tres sobrevivientes dieron su testimonio
ante el Capitán Bautista, oficial de la Marina que actuó como juez
sumariante (después fue acusado de encubrimiento dado que sus
investigaciones no produjeron acciones penales o militares). Las tres
declaraciones desmintieron la versión difundida por la Marina. Los carceleros dispararon
contra: Carlos Heriberto Astudillo (FAR), María
Antonia Berger (FAR), Rubén Pedro Bonet (ERP), Alberto Miguel Camps
(FAR), Eduardo Adolfo Capello (ERP), Mario Emilio Delfino (ERP), Alberto
Carlos Del Rey (ERP), Ricardo René Haidar (M), Alfredo Elías Kohon
(FAR), Clarisa Rosa Lea Place (ERP), Susana Lesgart (M), José Ricardo
Mena (ERP), Miguel Angel Polti (ERP), Mariano Pujadas (M), María
Angélica Sabelli (FAR), Humberto Segundo Suárez (ERP), Humberto Adrián
Toschi (ERP), Jorge Alejandro Ulla (ERP), Ana María Villarreal de
Santucho (ERP).
Al momento de los fusilamientos
Villarreal de Santucho tenía 36 años, Berger y Bonet 30, Delfino 29,
Astudillo, Haidar y Ulla 28, Kohon 27, Del Rey y Toschi 26, Camps,
Capello, Lea Place y Pujadas 24, Sabelli y Suárez 23, Lesgart 22, Polti
21 y Mena 20.
La fuga del penal y la posterior masacre se produjeron en momentos en el
que el gobierno ingresaba en la transición
hacia las elecciones. El debilitamiento de la
dictadura se aceleró en la misma medida en que Perón pasaba a
convertirse en el árbitro máximo del juego político,
aunque no pudiera presentarse como candidato .
Los aniversarios del suceso fueron motivo de actos y movilizaciones impulsados por
organizaciones obreras, estudiantiles, barriales y partidarias, acompañadas por volantes y afiches. El 22 de agosto se constituyó en fecha emblemática para las organizaciones armadas revolucionarias y sus militantes. Los años subsiguientes, la conmemoración pareció canalizarse de modo
progresivo por vía de atentados, concitando fuertes operativos de vigilancia por las fuerzas de
seguridad, reflejando la violencia que iba imperando en
el país.
Las organizaciones revolucionarias no
dejaron de vindicar las muertes de sus militantes por medio de
acciones contra la vida de militares o civiles involucrados.
La masacre de Trelew fue
retomada en consignas y por las denominaciones de nuevas agrupaciones.
Las FAL-22 y el ERP-22 agregaron el número de la fecha de la masacre
para distinguirse de sus organizaciones madres. La consigna “La sangre
derramada no será negociada” fue muy popularizada posteriormente en
relación con la masacre y el canto “Ya van a ver, ya van a ver, cuando
venguemos los muertos de Trelew” fue coreado en innumerables
movilizaciones.