domingo, 3 de abril de 2022

Malvinas. Testimonios

Desembarcamos el 2 de abril de 1982 en la bahía de Stanley, a las 6.30 AM en Malvinas, desde el buque San Antonio. Éramos 800 soldados con equipo, vehículos, medicamentos y armamento pesado. Nos desplegaron por las calles del pequeño pueblo que nos miraban con asombro, por el hecho de estar en las islas diciéndole que tomábamos posesión del territorio argentino. A todo esto, nos enterábamos que había ya primeros muertos de nuestro lado. La euforia, el miedo y un deber moral, psicológico y social, te invade dejándote en la incertidumbre del saber qué va a pasar… o esperar lo peor.

En 74 días de conflicto se vio y se pasó de todo. Nos invadía el miedo, el cansancio, el frío y la falta de estrategia y capacidad operativa nos llevó a ser inferiores al enemigo. 


Nos faltó práctica, nos manejábamos por teoría; a todo esto, se sumó la falta de alimentos, agua y todo lo necesario para soportar el frío cortante del archipiélago. Vivíamos en trincheras húmedas y racionando la comida, teníamos que derretir la nieve para tomar agua.
Muchos de nosotros éramos jóvenes sin preparación física, tampoco había táctica ni organización por falta de nuestros superiores, todo nos jugó en contra. No sabíamos qué hacer, todo se vuelve un caos y la incertidumbre te invade, haciéndote llorar por las noches por miedo, no solo a morir. Los recuerdos de los seres amados están presentes en todo momento. Madre, novia, esposa, hijos, amigos. Es otra carga mental, es como otra guerra, pero psicológica. Luchar con los pensamientos y la realidad de lo que está pasando alrededor de uno en ese momento.
Fue una guerra inútil, vidas perdidas en vano. Algo que visto desde lo lógico no lo habría intentado nadie. Nuestros gobernantes fueron ignorantes, como la mayoría de los soldados que mandaron a una guerra sucia, porque proveníamos de un gobierno de facto con un pueblo reprimido a fuerza de violencia.
Fue una guerra perdida en el mismo día en que se izó la bandera argentina en Puerto Argentino el 2 de abril de 1982.
Mucho volvieron bien, otros mal y otros, nunca llegaron. Hoy algunos tienen buenos trabajos y una vida normal, otros viven de pensiones, otros se suicidaron, otros están internados en centros psiquiátricos o psicológicos. Otros descansan con una cruz blanca en su cabecera en la fosa de algún cementerio público o privado en una tumba olvidada por la sociedad y gobernantes, que nos vieron como héroes.

Adalberto Román Santa Cruz

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